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De norte a sur, los quijotes del ambiente

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Desde hace una década en el país se vienen impulsando y ejecutando algunos proyectos que apuestan por la sostenibilidad y la protección del medio ambiente.

De todos los casos, aquí se relatan cuatro que hoy son ejemplo porque se han mantenido después de ejecutar las iniciativas que les dieron origen y también por el trabajo tan comprometido de las comunidades involucradas.

Les presentamos, entonces, las historias de los indígenas del Cauca que buscan mantener la tradición y cultivar las semillas tradicionales. También los raizales de San Andrés, quienes aprendieron a almacenar el agua lluvia para garantizar su abastecimiento. Luego la historia de la casa más sostenible de América Latina, ubicada en Rionegro, en el Oriente de Antioquia. Por último, un recuento de cómo los cafeteros volvieron sus cultivos sostenibles y amigables con la biodiversidad.

COCONUCO

Preservar sus territorios está en la esencia de los indígenas del Cauca. Sin embargo, hace seis años comenzaron a practicar lo que han llamado “soberanía” alimentaria, con el fin de preservar las semillas tradicionales de sus ancestros con un proyecto financiado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Gobierno Nacional.

El líder indígena Ricardo Manzano relató el compromiso de las comunidades con el cultivo de las semillas y cómo se han ido trasmitiendo los conocimientos. “Desde años venimos con la idea de cultivar de manera sana, pues con el transcurrir del tiempo se ha venido cambiando la alimentación con el consumo de enlatados”. Destacó que originalmente las comunidades indígenas aplicaron el trueque para facilitar el intercambio de semillas y fue así como se detectaron familias que tienen gran cantidad de semillas nativas, que desde siempre han cultivado con dedicación.

De ahí nace la iniciativa de fortalecer a estas familias, que hoy ya son 84 y que desde 2009 se denominaron como “Custodios de semillas”.

“Lo que tenemos son semillas nativas y criollas. Mientras que una semilla nativa puede ser maíz cultivado en la zona, una semilla criolla puede ser la papa amarilla que, aunque no es originaria de nuestro territorio, sí de otras zonas andinas y de pueblos indígenas”, explicó Manzano. Agrega: “nuestra intención en 2009 era duplicar el número de familias porque es importante el volver a consumir sano, el de consumir nuestros producto, el de elaborar abonos orgánicos”.

Y el sueño se les hizo realidad: desde 2009 el grupo de familias se ha ido incrementando y se fortaleció el proceso. “Actualmente, mantenemos los grupos de trabajo, ya que muchas de las familias se han sostenido porque producir es parte de la vida misma, del sentir mismo del indígena. El arte de cultivar viene de generación en generación, por medio de la tradición oral. ¡Nuestra tarea es no dejar morirla!”, afirma el líder indígena, Por último, destacó que son conscientes de que el conocimiento ancestral no es suficiente para afrontar el cambio climático: “por eso hemos hecho diálogos de saberes con personas estudiosas en el tema de la climatología y ellos son los que, recientemente, nos han orientado” .

SAN ANDRÉS

Desde hace diez años dos comunidades de la isla de San Andrés empezaron a almacenar agua lluvia para su consumo. Y lo lograron con una iniciativa financiada por el Proyecto Integrado de Adaptación Nacional (INAP). La historia la cuenta Opal Bent, subdirectora de Gestión Ambiental de la Corporación Coralina quien recuerda que la génesis consistía en copiar la técnica que tenían los ancestros raizales frente al almacenamiento de agua lluvia mediante techos apropiados, canales y cisternas. “Lo que buscábamos era tener una capacidad mayor para surtir de agua a dos comunidades representativas. Desde 1995 la Corporación le apuntó a la promoción de fuentes alternas para abastecer agua”. Con este proyecto se mejoró la captación del agua lluvia en 60 viviendas y el almacenamiento de 89.000 metros cúbicos de agua lluvia en cuatro cisternas. Se han beneficiado 508 habitantes de 149 familias de escasos recursos y carentes de acueducto y alcantarillado, con lo que se logró que cada familia dispusiera en promedio de 30 a 50 litros diarios de agua potable. “Iniciamos a buscar los antecedentes que teníamos frente al almacenamiento del agua lluvia y a encontrar alternativas para su aprovechamiento. Ahora, antes hablábamos de 1.900 milímetros de lluvia al año, ya hoy esas cifras no se alcanzan debido a que el cambio climático ha hecho que se varíe la precipitación”. La preocupación, entonces, era una sola y es el cómo garantizar ese abastecimiento de agua potable en una isla en la que este servicio es escaso. “La única fuente de agua dulce era la proveniente de la lluvia y del subsuelo. Así que en las comunidades donde no había proyección de acueducto se buscó darles una alternativa de consumo”, explicó Bent, quien destacó que técnicamente es una alternativa de manejo del recurso hídrico al construir microacueductos con participación de las comunidades. “Con los déficit de agua lluvia que hemos tenido, hoy los sistemas tienen un uso muy relativo y hay que comprar agua ante menores precipitaciones de las esperadas. No obstante entre 2010 y 2013 estos proyectos cumplieron su objetivo de brindarle agua a la comunidad de buena calidad, disminuyendo los costos que ellos tenían en la compra de agua”.

CASA SOSTENIBLE

En Rionegro, Antioquia, se construyó la primera casa que alcanzó la máxima certificación como sostenible en América Latina. Al frente del proyecto está el ingeniero Édgar Parra, quien explicó que el propósito de la casa es fomentar una cultura responsable con el desarrollo sostenible. Por eso tiene un enfoque integral que involucra energía, agua, calidad del aire interior, materiales y paisajismo.

“Esta lujosa vivienda inteligente se enfoca en obtener condiciones excelsas de confort, a la vez que promueve la lucha por evitar que aumenten concentraciones de contaminantes, degradación de la naturaleza. Además, busca disminuir condiciones que han debilitado la capacidad de muchas personas para satisfacer sus necesidades humanas básicas”, explica Parra.

Según el ingeniero, la casa es referente para el desarrollo sostenible al ser el primer y único proyecto en Latinoamérica que ha recibido el certificado para hogares de Liderazgo en Energía y Diseño Ambiental (Leed, por sus siglas en inglés) y en la máxima categoría (Gold). El reconocimiento es otorgado por el Consejo de Construcción Sostenible de Estados Unidos (Usgbc).

Uno de los factores para obtener esta distinción es que hace partícipe al ciudadano en la construcción de una cultura sostenible, en la que se aprecie con claridad que se puede hacer mucho por la sociedad.

“Se debe entender qué es ser sostenible. Acojo una de muchas definiciones: una sociedad no puede extraer materiales del subsuelo en cantidades tales que desestabilicen el sistema; lo otro es que una sociedad no debe producir materiales que desestabilicen”.

Por eso la casa no usa energía que provenga de ningún tipo de combustible fósil, es solar y totalmente autosuficiente: tiene la capacidad de generar 15,6 kilovatios hora-día.

La casa no usa ningún tipo de madera que provenga de bosques tropicales, solo de aquellos que tienen certificado de origen en zonas templadas.

Asimismo, la casa es autosuficiente en agua potable con un sistema de recolección de agua lluvia. El reto que tiene Parra y su equipo es masificar el proyecto: “quiero hacer vivienda de interés social sostenible. Ya se empezaron los diseños y la construcción de otra casa. Este sueño es a largo plazo”, concluyó.

CAFETEROS.

Desde 2010, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Federación Nacional de Cafeteros se embarcaron en un proyecto que contractualmente duró cuatro años, se ejecutó en 16 municipios de Nariño, Valle del Cauca y Quindío, pero que hoy se sostiene.

Raúl Jaime Hernández, coordinador del Programa Ambiental de la Federación, indicó que se busca contribuir a que el modelo de reproducción de café en Colombia sea amigable con la biodiversidad.

“Con apoyo del PNUD presentamos un proyecto para mejorar el conocimiento de cómo incorporar aspectos claves de biodiversidad en paisajes productivos como el del café”.

En ese sentido, en 2010 se inició un proyecto que permitió demostrar que se puede seguir siendo productivo en lo cafetero ayudando a conservar la biodiversidad de ese paisaje.

Destacó que el gran logro fue demostrarles a los caficultores que sí se puede, sin necesidad de cambiar modelos de producción, sembrando planificadamente árboles en sus fincas. “También se logró todo lo asociado a los pagos por servicios ambientales y con eso demostramos el beneficio económico. Insisto, lo que queríamos era mostrarles a los cafeteros que lo que hacían lo podían hacer mejor, de tal manera que fuera amigable con el ambiente”.

Los logros que ha tenido el proyecto en la cotidianidad de la cultura cafetera, según el informe final, se sintetizan en cuatro lecciones.

Como ya lo nombró Hernández, la generación de incentivos económicos mediante el fomento de pagos por servicios ecosistémicos para atraer y mantener agricultores comprometidos con el cultivo de café que protege la biodiversidad de importancia global.

En segundo lugar, el proyecto se enfocó en servicios ambientales hídricos y de reducción de emisiones de dióxido de carbono (CO2). Esto se tradujo en ingreso por productos certificados y no certificados.

Como tercero, se logró fortalecer las capacidades municipales al promover la planificación del paisaje en la región cafetera y apoyar la viabilidad económica y ecológica a largo plazo de las fincas.

Y por último, se pudieron replicar las buenas prácticas aprendidas en otros municipios y asociaciones de productores.

Maria Victoria Correa Escobar.

El Colombiano

4 de septiembre de 2015


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